El día en que me puse vieja - artículo por Rita Wirkala

El día en que me volví vieja

Un relato escrito por Rita Wirkala que combina el humor, la introspección, y la aceptación de los cambios físicos, recordándonos la importancia de ver más allá de las apariencias.

Sucedió hace diez días, a mi vuelta de un congreso en NY. Ese lunes ingrato fui al oculista a retirar mis nuevos anteojos. Me los probé y di unos pasos vacilantes como quien entra en una dimensión desconocida. La oftalmóloga me aseguró que me acostumbraría enseguida y que me sentiría muy bien al cabo de un tiempito.

Llegué a casa y me fui directamente al espejo.

¡Espanto de los espantos! ¿Esa cosa soy yo? ¿Y me venía engañando por tanto tiempo? Lo primero que me asaltó fue la nariz. Es cierto que nunca tuve esas naricitas preciosas de muñeca, y los innegables genes romanos no hicieron excepción conmigo. Pero, ¿no es que con los años perdemos tejido óseo? ¿Y por qué la nariz me había crecido en vez de encogerse? Ah, tal vez era solo una impresión, tal vez se me achicaron los huesos de la cara, se retrajo, y ahí la nariz oportunista asumió esa indebida prominencia. ¿Pero por qué ella no siguió el rumbo del resto del esqueleto?

Volé a mi computadora, abrí el GPT y le pregunté: ¿Por qué a los viejos se les encogen todos los huesos y la nariz no?

La respuesta fue larga y profesoral, pero he aquí un resumen que, lapidariamente, lo explica todo. Y es lo que yo sospechaba:

La nariz y las orejas están compuestas principalmente de cartílago, un tejido que, a diferencia de los huesos, sigue creciendo lentamente a lo largo de la vida.

¡Solo faltaba eso, seguir creciendo! Al menos las orejas se pueden cubrir.

Y el pinche AI termina con un patético intento de consolarme: ¡Es la fascinante diversidad del envejecimiento en nuestro cuerpo! dice. ¡Ay, podrías ahorrarte el esfuerzo, querido!

Dios bendito. No hay solución. Me fui a la cocina (o, como dirían los deterministas, algo—no yo— me impuso ir a la cocina) y me serví una copa de Malbec, a pesar de mi resolución de no beber alcohol porque hace mal, etc. Pero hay momentos, vos sabes, que justifican cierta flexibilidad.

Y en cuanto saboreaba el emblemático mendocino*, me acordé. ¡A los borrachos se les pone la nariz roja! ¿Encima de prominente, colorada? Esto sí que sería o fim da picada, como dicen los brasileños.

Volé de nuevo a la compu y le pregunté otra vez al Susodicho: ¿Es verdad que a la gente que bebe mucho se le pone la nariz roja? ¿O es un mito? Respuesta rotunda:

Sí, es verdad, no es un mito […] aunque no ocurre en todos los casos. Este fenómeno está relacionado con varios factores médicos y fisiológicos bla bla bla.

No me interesaron los factores. Me serví otra copa y me puse a preparar la cena.

Pero algo (no yo, desde luego) me condujo nuevamente al espejo. Decidí ignorar la nariz. Los incorruptibles (aunque corrompibles) anteojos nuevos dejaron ver con insolente nitidez las ahora múltiples patas de gallo y los ojos rodeados de sendos círculos azul violáceo, lo que me dio un aspecto de mapache.

Me tomé otra copa de Malbec.

Acudí a unas estrategias de estilo, tal como dar volumen a mi aun abundante cabello y dejarlo caer suelto y desordenado a lo qué me importa , a fin de atraer las miradas hacia él y desviarlas de la diversa fauna de mi rostro. El resultado fue un híbrido, entre cara de bruja y escoba vieja.

Humildemente en mi fracaso me recogí el pelo en un rodete de anciana, como debe ser para una abuela de seis, y regresé al teclado para describir mi desconsuelo desde mi nuevo Yo. Entonces se me ocurrió pensar en qué sensación del YO habrán tenido aquellos individuos que a través de la historia han estado presos por largo tiempo sin acceso a un espejo, como era costumbre, y al verse libres y reflejarse otra vez, no vieron al ser que pensaban que eran, sino a un desconocido. ¿Dónde reside el Ser? ¿O es que el “Ser autobiográfico” es una ilusión, como dicen algunos filósofos de la Conciencia? Tal vez la identidad renace y se renueva a cada día. Y algunos días, una se lleva un susto.

El timbre me recuerda que es la hora de las noticias en PBS. De Ucrania a Gaza, de Gaza al Líbano, del Líbano a Sudan, de Sudan a Haití…Padres que ven morir a sus pequeños, pequeños que ve morir a sus papás, violación, mutilación, hambre, dolor, humillación. Y yo, ¡contemplando mi nariz! Se me enturbian mis ojos de mapache.

Desde mi nuevo “ser autobiográfico”, les deseo a todos aquellos que celebran las fiestas decembrinas, y a los que no también, que pasen días felices y , sobre todo, agradecidos. No está mal recordar nuestros privilegios. Yo también los agradezco.


*El Malbec es un vino originario de Francia, pero que alcanzó su mayor fama y calidad en la provincia de Mendoza, Argentina. Hoy en día es un emblema de la cultura rioplatense, reconocido internacionalmente como uno de los grandes vinos argentinos.


Relato escrito por Rita Wirkala.

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